¿Cuánto vale una vida humana?
Uno de los debates que se está produciendo en torno a la pandemia del coronavirus es el del difícil equilibrio entre salud y economía. Durante los momentos más duros de la crisis institucional en Madrid, la presidenta Ayuso afirmaba que hace falta conjugar “salud y economía”, dando por hecho que se establece un conflicto entre ambos elementos. Sin embargo, somos muchos los economistas que denunciamos que esta dicotomía es falsa, ya que los criterios sanitarios han de ser los protagonistas a la hora de afrontar la situación, y además el seguimiento de los mismos debería llevar a una mejor situación económica a medio y largo plazo, como muestra la situación en países que han apostado por una estrategia de maximizar la erradicación del virus, por ejemplo en Nueva Zelanda, Corea del Sur, China, Japón o Islandia.
Hace unos días se tomaba la controvertida medida de reducir la cuarentena de 14 a 10 días, comenzando por Catalunya. Algunos expertos han afirmado que esta política es correcta, ya que el beneficio económico de acortar en cuatro días la ausencia al puesto de trabajo compensa un riesgo de contagio que es menor durante ese lapso de tiempo. Una apuesta descabellada en España, uno de los países con mayor tasa de incidencia del virus, y que es contestada por otros expertos y por la propia OMS. Otros gestores han alegado que así es más fácil el cumplimiento del confinamiento, hecho que denota una lamentable falta de control sobre las instrucciones que debe seguir la ciudadanía. En todo caso, ese supuesto análisis coste - beneficio no existe, y cualquier economista sabe que no puede llevarse a cabo de manera simplemente intuitiva.
Pero lo peor llega en el momento en que esta discusión se produce con vidas en juego. Lo expresa muy bien Kiko Llaneras en El País, cuándo exige un debate público sobre el número de muertes asumibles desde el punto de vista social. Aquí entramos en un terreno tremendamente delicado desde el punto de vista moral. ¿Cuánto vale una vida humana? Pocos economistas van a atreverse a dar una respuesta ni tan siquiera aproximada, y mi opinión como profesor de esta disciplina es rotunda: no puede otorgarse valor alguno a la vida de un ser humano y tratar de hacerlo es una aberración que atenta contra la ética más elemental. En este sentido, las decisiones sanitarias jamás pueden tomarse teniendo en cuenta criterios económicos de estas características.
Ya he denunciado en alguna ocasión la ceguera y el cortoplacismo de la mayoría de gobernantes occidentales, que precisamente en nombre de la economía han acabado generando unas pérdidas mucho mayores de las que se hubieran producido con una estrategia decidida de erradicación del virus. El retraso en llevar a cabo el primer confinamiento, la aceleración de la desescalada, la incorporación a las empresas en septiembre sin una apuesta clara por el teletrabajo, la apertura de escuelas sin la inversión educativa necesaria o la demora en establecer indicadores a partir de los que tomar medidas de actuación son claros ejemplos de ello, sin entrar en el debate de si estos indicadores son los adecuados.
Llegados a este punto, cabe preguntarse a quién perjudica más el alargamiento del cierre de establecimientos durante los confinamientos, e incluso es interesante observar si alguien se beneficia de los mismos. La respuesta la tuvimos durante el primer gran confinamiento en España y en todo el mundo. En nuestro país, la fortuna de los 23 españoles más ricos aumentó en un 16% durante el estado de alarma. A nivel mundial ha ocurrido algo semejante. Para saber quiénes son los damnificados, no hace falta una gran búsqueda activa de datos, porque los tenemos en la clase trabajadora, autónomos y pequeñas y medianas empresas. El proceso de concentración de capital ha ido en incremento, y la mayoría de las grandes empresas han podido adaptarse mejor al teletrabajo y al mantenimiento de su actividad.
Los datos anteriores deberían hacernos reflexionar. No estoy afirmando que exista una gran conspiración mundial de las grandes fortunas para influir en la alarmante falta de medidas más rotundas contra la pandemia. Simplemente estoy señalando quiénes se están beneficiando de la situación. Creo sinceramente que la influencia directa de los intereses económicos se ha producido en temas como la apertura indiscriminada de escuelas o la adopción de las limitaciones centradas sobre todo en pequeñas empresas o sectores sin ánimo de lucro. Pero la estrategia más generalizada de miopía ante la pandemia dudo que obedezca a sugerencias realizadas de manera directa, más bien obedece a la creación de un estado de opinión que nos lleva a una actitud pusilánime, de parálisis y espera pasiva, algo que caracteriza muy bien a nuestras sociedades durante las últimas décadas, y cuyos efectos más dramáticos podríamos vivirlos (espero equivocarme) durante las próximas semanas.
Publicado en Debate Callejero, 8 de octubre de 2020
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