Glasgow: muchas promesas, pocas expectativas

Durante estos primeros días de noviembre está teniendo lugar en Glasgow la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, denominada COP26 porque es la vigésimosexta celebrada sobre esta materia, y retrasada un año debido a los efectos de la pandemia. No cabe duda de que el reto que está situado sobre la mesa es de una importancia trascendental, ya que afecta nada menos que a las condiciones del futuro de nuestra civilización en el Planeta.

Recientemente, la Organización Meteorológica Mundial publicaba un estudio sobre la frecuencia, la mortalidad y las pérdidas económicas causadas por los fenómenos meteorológicos extremos entre 1970 y 2019. En conjunto, se han registrado más de 11.000 desastres, con más de dos millones de muertos. De los mismos, el 91% han tenido lugar en los países en vías de desarrollo. Las sequías y las tormentas se han cobrado más de la mitad de los fallecidos. Por consiguiente, no se trata solamente de alertar sobre hipotéticas catástrofes futuras, sino de reconocer que los efectos del cambio climático ya se están produciendo desde hace décadas.

El principal objetivo de la cumbre consiste en limitar el aumento de la temperatura media mundial en 1.5 grados de cara a finales del presente siglo. Si se cumpliera este supuesto, denominado ‘escenario optimista’, los días calificados como tórridos tendrán temperaturas dos grados superiores a los actuales,  las sequías se multiplicarán por 2,4 y aumentarán en un 10% los ciclones intensos. Si se llegara a los dos grados de incremento, los días más cálidos sumarán 2,6 grados de calor extra, las sequías se triplicarán y las tormentas torrenciales se doblarán.

Teniendo en cuenta estos parámetros, la cumbre de Gasglow comienza con muy mal pie, ya que las medidas gubernamentales que se han planteado supondrán un aumento de la temperatura global de casi tres grados, según ha denunciado la comunidad científica agrupada en torno al Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), organismo dependiente de las Naciones Unidas que se encarga de emitir informes sobre este tema desde 1988. Además, la afectación del calentamiento global varía por zonas geográficas. En el área del Mediterráneo, según los datos proporcionados por los modelos manejados por el IPCC, el peor de los escenarios posibles supondría un aumento medio de la temperatura de entre 4 y 5 grados, con efectos todavía más devastadores que los expuestos anteriormente.

Más allá de estos datos, lo que resulta ahora más interesante es el análisis de las medidas propuestas por el IPCC para alcanzar el objetivo de no superar el incremento de los 1,5 grados, que son en resumen las siguientes:

  • Reducción radical de las emisiones (del 55% en 2030 respecto al 2020).

  • Transformación global a energías renovables.

  • Reducción del gran consumo.

  • Economía centrada en la proximidad y el teletrabajo.


Desde mi punto de vista, estas medidas son de un calado muy profundo, y desgraciadamente distan mucho de estar presentes de manera rigurosa en las agendas de nuestros mandatarios. Cuando hablamos de semejante reducción de emisiones o de la transformación a energías renovables, es necesaria una gobernanza global (actualmente inexistente) que trace planes urgentes para conseguir estos objetivos en todos los países del mundo. Esta planificación mundial no parece demasiado compatible con una economía regulada por los actuales intereses de los mercados internacionales.

Pero los dos últimos puntos de la propuesta tienen una carga de profundidad tan intensa como los anteriores, si no superior. ¿Cómo emprendemos la reducción del gran consumo? ¿Hablamos de decrecimiento en ciertos sectores económicos y de la consiguiente reestructuración que ello comporta? ¿Cómo modificamos el modelo global de movilidad si avanzamos hacia una economía centrada en la proximidad? ¿Qué leyes concretas tenemos en la mesa sobre el teletrabajo?

No pretendo ser pesimista, sino simplemente realista. Si desde Glasgow nos estuvieran llegando todos estos debates podríamos pensar que como mínimo se están planteando las preguntas correctas. Pero todo parece indicar que no hemos llegado a este punto, por lo que es bastante complicado que las respuestas sean las adecuadas. La vía para avanzar en la dirección adecuada la veo más en la concienciación  ciudadana. En este sentido, con la comunidad científica no basta, y es necesaria una movilización a gran escala que sitúe la problemática en las coordenadas adecuadas, es decir, cómo debemos transformar radicalmente un modelo económico obsoleto cuya continuidad en condiciones de una cierta dignidad humana y planetaria es ya una quimera de cara al futuro.

Publicado en Debate Callejero, 4 de noviembre de 2021

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