La crisis de la pandemia como reflejo de la crisis de la política
La pandemia del coronavirus es una demostración palpable de la profunda crisis política y civilizatoria que sufrimos en estos tiempos. La existencia de la covid se conoce desde comienzos de 2020 y se extiende rápidamente a algunos países europeos como Italia. Sin embargo, en lugar de actuar con premura y con medidas preventivas desde el primer momento, se prima la economía a corto plazo y se actúa demasiado tarde, hecho que cuesta un gran número de vidas humanas que en buena medida eran evitables.
El día 14 de marzo el gobierno español declara el estado de alerta. El día 16 se acuerda el confinamiento general por el coronavirus. Estas medidas drásticas, aunque llegan tarde, dan como resultado el control progresivo del covid, aunque en el mes de junio se comete el error de desescalar demasiado rápido por el afán de salvar económicamente el verano. Este hecho provoca que no se ponga fin al virus y se sientan las bases para una segunda ola. En el mes de julio finaliza oficialmente la primera ola del coronavirus en España, que se salda con 29.476 muertos según las cifras oficiales.
La segunda ola es menos letal que la primera, pero en gran medida se podría haber evitado. Además, se abandona cualquier opción de repetir los confinamientos, alegando un daño económico a corto plazo que no hace sino provocar un mayor perjuicio en el largo plazo. Las escuelas se convierten en guarderías para que las familias no se ausenten de los puestos de trabajo, y no se aprovecha para reducir ratios ni para mejorar la calidad del aire en los interiores. El resultado de todos estos despropósitos se salda con un total de 15.593 muertes oficiales hasta noviembre de 2020.
Pero los peores errores no han llegado todavía. En diciembre de 2020, en vez de esperar a que el riesgo de la pandemia disminuya sustancialmente, se inicia una campaña para salvar económicamente la Navidad, y en contra del criterio de la mayoría de expertos se relajan las medidas y se permiten reuniones familiares con el evidente peligro que ello comporta. Además, tampoco se toman medidas adicionales en la reapertura de las escuelas en enero. Estos graves errores tienen efectos devastadores, y en invierno de 2021 llega una tercera ola que provoca 30.390 muertes oficiales, más incluso que en la primera.
Es precisamente en 2021 cuando comienza la campaña masiva de vacunación, la mejor noticia que podía llegar desde el inicio de la pandemia. Esto provoca que los errores que se van sucediendo sean menos dramáticos, pero las instituciones siguen instaladas en el cortoplacismo. Vuelven a relajar las medidas antes de la Semana Santa, otra vez bajo el principio obsesivo de salvar el turismo. De esta manera se produce la cuarta ola de la pandemia, que se salda con 5.416 muertos.
Instalados en la misma lógica, el gobierno español y la inmensa mayoría de gobiernos europeos vuelven a proceder a una relajación de la prevención de cara al verano de 2021, nuevamente bajo el erróneo principio de priorizar una economía que se va deteriorando ola tras ola. Además, las vacunas no llegan a los países empobrecidos, y el proceso de inmunización pone de manifiesto las enormes desigualdades en el mundo y la profunda insolidaridad de las potencias capitalistas. Muchos expertos alertan de que esto puede volverse contra todo el mundo, ante la posible aparición de nuevas variantes del virus, pero nadie les hace caso. La quinta ola finaliza en octubre y acumula un total de 6.521 fallecidos en España.
Tal como habían pronosticado muchos científicos, aparece a nivel mundial la variante Ómicron, que escapa a las vacunas y pronto se hace dominante en todo el Planeta. Se incrementan los casos y el número de muertes respecto a olas anteriores, pero los gobiernos deciden dimitir de sus funciones preventivas y permitir la extensión descontrolada del virus. Se producen más contagios que nunca y se provoca una sexta ola con 17.137 fallecidos en España, hecho que representa un desastre teniendo presente que además la mayoría de la población está vacunada.
En marzo de 2022 el gobierno español asume postulados que hasta hace poco se defendían desde el negacionismo más panfletario, y emprende una estrategia llamada de gripalización de la pandemia, consistente en tratar a un virus letal, multisintomático y que provoca efectos a largo plazo como si de una simple gripe se tratara. Se decide que los positivos puedan acudir a trabajar si no tienen síntomas, ignorando que el contagio se produce con independencia de los mismos. Además, se ocultan todos los datos de los menores de 60 años, como si estos fueran propiedad del gobierno y no de la ciudadanía. Pero la fatiga pandémica es tan fuerte que ningún partido político se opone a estas medidas, que obviamente contribuyen a provocar la séptima ola.
En abril de 2022 se culmina el aberrante proceso de gripalización con la retirada de mascarillas de interiores, y se establece el relato oficial de que desprenderse de las mismas es un beneficio para la libertad individual, en lugar de defenderlas como elemento de protección colectiva para evitar la propagación de un virus que acaba cebándose en las personas mayores y más vulnerables, La incidencia en mayores de 60 años sube de 500 a 850 desde la implantación de esta medida, pero se llega al extremo de negar la existencia de la séptima ola, que ya lleva más de 4.000 muertes acumuladas.
Todas estas medidas ponen de manifiesto una enorme crisis de valores. Las personas vulnerables son abandonadas a su suerte mientras se hace apología de la asistencia a eventos multitudinarios sin mascarilla. El covid persistente desaparece del mapa informativo, cuando hay estudios internacionales que comienzan a revelar su enorme importancia y su potencial efecto negativo sobre el mundo sanitario y el laboral. La mayoría de los datos directamente desaparecen o se manipulan, con el objetivo de generar un relato de buenas noticias que se convierte en un gigantesco autoengaño colectivo.
Igual que sucedíó durante décadas con el cambio climático, el oficialismo procede a negar la existencia de la pandemia ante el silencio de los medios de comunicación y la conformidad de la mayoría de la población. Ninguna fuerza política, ni siquiera las de izquierdas, proponen priorizar la salud pública colectiva y la protección de los sectores más vulnerables de la población, en un vacío ideológico más que lamentable. De este modo, la crisis de la pandemia acaba convirtiéndose en un reflejo de la falta completa de ética con la que se gobierna el mundo en estos tiempos.
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